La Furia. Proclamas y manifiestos de una revolución caníbal. Théroigne de Méricourt (2015). La Felguera. 196 páginas. Precio: 16 euros.
Pionera del feminismo guerrero, fue una de las figuras más fascinantes y polémicas durante la Revolución francesa al proponer la creación de batallones de amazonas. Fue una mujer furiosa, libre, peligrosa, una figura espectral y, a veces, aterradora.
«La columna iba encabezada por los miembros del club femenino de Théroigne de Méricourt. Gritaban “¡Viva la nación!”, berreaban el Ça ira, agitaban cuchillos y sus ojos brillaban como los de las fieras», comentó un observador durante los días más convulsos de la Revolución francesa. El nombre de Théroigne de Méricourt ha estado envuelto en sombras. Es una figura incómoda, irreductible y excesiva, que ha recibido los peores adjetivos imaginables: amante de las matanzas, histérica, loca, caníbal. Suscitó el rechazo de muchos hombres de su tiempo, incluso de los pretendidamente revolucionarios. Los aristócratas estaban aterrados: «Esta furia me llamaba por mi nombre y me anunciaba que pronto vería caer mi cabeza y bebería mi sangre», confesó uno de ellos.
La casi totalidad de los datos que tenemos sobre ella pertenecen al «enemigo», están manipulados o son directamente falsos. Pero ¿cuál es la razón de este odio? Tras siglos de oscurantismo, quizá hoy podamos reescribir su historia, situándola donde se merece, porque estamos ante una inmensa figura para el feminismo contemporáneo, para aquel que reivindica no poner la otra mejilla, tomar la iniciativa y organizarse sin esperar la aprobación masculina. La bella Théroigne, aquella por la que preguntaba el poeta Baudelaire «excitando al asalto a un pueblo sin calzado, con las mejillas y los ojos de fuego», tuvo la osadía de resucitar el mito de las amazonas al irrumpir en la Asamblea y, ante los sorprendidos jacobinos, exigir formar batallones de mujeres armadas, sus temidas amazonas en armas.
Fue una mujer furiosa, libre, peligrosa, una figura espectral y, a veces, aterradora. Sí, esa mujer que, al igual que Valerie Solanas y su célebre SCUM (sus vidas fueron en gran medida paralelas), falleció sola y abandonada en un hospital mental, aquejada de una enfermedad que fue descrita por el médico que la visitó como «melancolía», el triste final para todas esas aventuras protagonizadas por mujeres que cayeron en el basurero de la historia al ser calificadas de histéricas o locas, esas mujeres que no entraban en razón porque quizá les sobraban razones.